Mi madre tiene hambre

Hay que dedicarse a la gran literatura.
No decir simplemente
Mi madre tiene hambre desde hace días.
No escribir brutalmente
La vi comer agua mezclada con harina y aceite
Es lo único que le queda.
Hay que sonreír,
Hablar de la pobreza con distancia
De los pobres a través de números
No incluirse,
Pertenecer al otro mundo que diserta,
Que piensa y escribe en lugar de los pobres.
Dejemos que los políticos, dejemos que la ficción lo solucione.
Es pequeña, mi poesía, cuando escribo
Mi madre tiene hambre.
No es una cifra, es mi madre.
No es un «trabajador pobre», es mi madre.
No es una vieja, es mi madre.
Hay que escuchar los consejos de esas y esos que me dicen ante su ventanal
Donde se atisba su piscina: «que busque donde ir a hacer la limpieza, tu madre».
Para esa gente el trabajo es estético.
¿El hambre? Abstracta.
¿La muerte? Lejana.
¿Podría ser que el hambre y la muerte estén relacionadas?
Un número, una buena novela, con eso basta. Procuremos olvidarlo.
No tengo nada más que decir
Y no tendré nada más que escribir
Salvo
Mi madre tiene hambre.

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